Los cristianos profundos se han debatido siempre con el problema de la guerra y sus implicaciones morales. Algunos la consideran incompatible con las enseñanzas y el espíritu cristiano y, por ende, inaceptable en cualquier circunstancia, basándose en Mateo 5:43-44: “Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por lo que os ultrajan y os persiguen”.
Otros cristianos opinan que es necesario armarse y estar listos ya que la ciudadanía cristiana nos obliga a obedecer a los que ocupan puestos de autoridad, sirviendo en los cuerpos militares, si se presenta una guerra (véase Romanos 13:1, Tito 3:1 y Hebreos 13:7)
Desde el punto de vista filosófico, la guerra es una extensión de la lucha del hombre contra el pecado y el mal del mundo. El Apóstol Santiago escribió: “¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras acciones, las cuales combaten en vuestros miembros? Codiciáis y no tenéis, matáis y ardéis en envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites” (Santiago 4:1-3).
¿Cuál debe ser la actitud del cristiano en relación a la guerra?
1. Buscar ser instrumento de la paz de Dios, orando y trabajando a favor de ella. “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5:9).
“Exhorto ante todo a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones, y acciones de gracias, por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad” (1 Timoteo 2:1-2).
2. Buscar agradar a Dios, entregándole su vida (véase Romanos 12:1-2) y, luego viviendo en obediencia a Su Palabra.
A medida que una persona descubre la voluntad de Dios para su vida, los asuntos de conciencia se van resolviendo con una percepción que sólo puede otorgar el Espíritu Santo.
3. Esforzarse en ser testigo de Cristo, con la meta de ganar a otros para El. La paz principia en el nivel personal y se adquiere cuando le permitimos a “aquel que es nuestra paz” que controle nuestra vida (véase Efesios 2:14). No habrá paz en la tierra hasta que el Príncipe de Paz, nuestro Señor Jesucristo, vuelva a establecerla. Debemos esforzarnos en llevar el evangelio a todas las naciones, en espera de su regreso (véase Hechos 1:8).
4. Si una persona se ve obligada a tomar las armas, debe hacerlo en una entrega renovada a Cristo, confiando en que El lo guardará de peligros y daños, así como también de las tentaciones y los pecados a los que se enfrenta el soldado. Trate de honrar a Cristo en cualquier situación.
Estrategia de asesoramiento:
1. La persona interesada en este tema debe saber que no es la única que tiene inquietudes respecto a la guerra; cualquier cristiano escrupuloso las tiene también. Hágala saber que le agrada poder compartir con ella sus propios pensamientos. A veces, es mucho mejor admitir desde el principio que no está preparado para analizar la guerra filosóficamente. Sin embargo, puede decirle que está convencido de que Dios es justo y no busca el dolor y el sufrimiento del hombre, porque Dios es amor. La demostración más grande del amor de Dios es que envió a Su Hijo a morir por nuestros pecados. El Señor tiene un plan para la vida de cada ser humano, incluso la de su interlocutor. Quiere compartir Su vida, Su amor y Su paz con cada uno de nosotros. ¿Se ha entregado su interlocutor a Cristo Jesús, recibiéndolo como su Señor y Salvador personal? Si es pertinente comparta con él las Cuatro leyes espirituales.
Señálenle que, si está dispuesto a entregarle su existencia a Cristo adquirirá sabiduría y perspectiva concerniente a esta preocupación sobre la guerra y su participación personal en ella. En realidad, la conciencia humana sólo es confiable cuando la guía el Espíritu Santo que ha entrado a habitar en la persona que recibe a Cristo como su Salvador (1 Corintios 6:19-20).
2. Asegúrenle a la persona que comparten con ella sus inquietudes y que les agrada la oportunidad de conversar y explicarle lo que piensan al respecto.
No obstante, convendrá que le pidan que, por un momento, deje a un lado su preocupación por la guerra, para regresar más tarde a este tema. Lo que ahora desea preguntarle es la cuestión más importante a la que se enfrentará en toda su vida. Su interlocutor tiene un valor incalculable y Dios está preocupado por él, porque tiene un plan que puede llevarlo a desarrollar una vida de calidad más elevada que lo que jamás soñó. La cuestión vital es: ¿ha recibido a Jesucristo como su Salvador personal? Si viene al caso, compartan con esa persona Las Cuatro leyes espirituales.
3. Otro interlocutor puede hacerle la siguiente pregunta: ¿Cree usted es un Dios que permite la guerra cuando ésta genera tantos sufrimientos, destrucción y muertes prematuras en seres humanos?
Considere lo siguiente:
A. La guerra es sólo una faceta del grave problema de la maldad que ha asolado a la humanidad desde los primeros tiempos. Es preciso reconocer que hay tanta maldad en la guerra como en el caso de un asesinato. Esta misma maldad trató de destruir al hombre más grande que ha existido, clavándolo en una cruz.
B. El problema se reduce realmente a una cuestión de opciones morales de las que somos responsables. Dios deseaba un mundo basado en valores morales, de modo que tuvo que crear una sociedad que pudiera responder a las opciones morales.
Al enfrentarse a la opción moral de vivir egoísta o no egoístamente, la gente toma a menudo las decisiones equivocadas. Estamos en libertad de escoger; pero no podemos escapar a las consecuencias de nuestras malas decisiones morales. La guerra es una opción errónea.
C. La guerra es el fruto del pecado. Como no tenemos Su ley y no la obedecemos, nos vemos enfrentados a las consecuencias de nuestra desobediencia. Podemos escoger obedecerle, confiando en El no sólo como nuestro Salvador, sino también como nuestro Señor. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda mas tenga vida eterna”” (Juan 3:16).
4. Tal vez otra persona le haga la siguiente pregunta: ¿Por qué no podemos rehusar armarnos o participar en las guerras? (Sin ejército, no hay necesidad de defenderse).
Reduzcamos el problema a un nivel muy práctico en la comunidad en que vivimos. ¿Estaría esa persona dispuesta a dejar cerrar con llave las puertas de su casa o departamento, o bien, de su automóvil? Es evidente que todas las sociedades deben protegerse a sí mismas, sus familias, y sus propiedades, si desean conservar su seguridad. ¡Cuánta mayor razón tienen las naciones enteras para ello, en vista de las filosofías y culturas conflictivas que poseen! No vivimos en un mundo ideal, sino más bien, en un mundo dominado por deseos pecaminosos y egoístas. Jesús afirmó: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 19:19). Aplicado esto a un nivel internacional, significará proteger la vida, la familia, el hogar y las propiedades de los demás, tanto como las nuestras propias.
Citas bíblicas:
Profecías sobre la guerra:
“Y oiréis de guerras y rumores de guerras; mirad que nos os turbéis, porque es necesario que todo esto acontezca; pero aún no es el fin”. (Mateo 24:6)
“Y juzgará entre las naciones y reprenderá a muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra” (Isaías 2:4).
“Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos, y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor; ni dolor; porque las primeras cosas pasaron” (Apocalipsis 21:4)
Sumisión a la autoridad:
“Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos”. (Romanos 13:1-2)
“Por causa del Señor, someteos a toda institución humana, ya sea al rey como a superior, y a los gobernadores como por él enviados para castigo de los malhechores y alabanza de los que hacen bien”. (1 Pedro 2:13-14)
La causa de la guerra:
“De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites". (Santiago 4:1-3).