domingo, 25 de septiembre de 2011

El perdón

Una de las palabras más bellas del vocabulario de los seres humanos es la del perdón. Si todos aprendiéramos lo que significa esta palabra, se evitarían muchos dolores y muchas consecuencias desgraciadas. El dulce salmista de Israel nos comunicó parte de la emoción que experimentó personalmente después de pedirle a Dios: “Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado” (Salmo 51:2). “Bienaventurado el hombre cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad, y en cuyo espíritu no hay engaño” (Salmo 32:1,2). De un plumazo, el perdón cancela el pasado y nos permite comenzar de nuevo.


Nota de Billy Graham: “El perdón de Dios no es una frase casual; es la eliminación de toda nuestra suciedad y degradación del pasado, el presente y el futuro. La única razón por la que nuestros pecados pueden ser perdonados es que, en la cruz, Jesucristo pagó completamente el castigo por ellos. Sin embargo, sólo podemos obtener el perdón si nos postramos al pie de la cruz, llenos de contrición, en confesión y llenos de arrepentimiento”.


Las bases del perdón:


1. Según lo que somos y hemos hecho (arrepentimiento). “Porque yo reconozco mis rebeliones, y mi pecado está siempre delante de mí. Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos” (Salmo 51:3,4).


2. Petición del perdón (confesión). “Purifícame con hisopo y seré limpio; lávame y seré más blanco que la nieve. Esconde tu rostro de mis pecados, y borra mis maldades” (Salmo (51:7,9).


Resultados del perdón:


1. Reconciliación. Cuando nos perdona Dios, hay un cambio inmediato y completo de nuestras relaciones con El. En lugar de hostilidad, hay amor y aceptación. En lugar de enemistad, hay amistad. “Que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados” (2 Corintios 5:19).


2. Purificación. La esencia misma del perdón es nuestra restauración a nuestra posición original delante de Dios. “Purifícame… y seré limpio; lávame, y seré más blanco que la nieve” (Salmo 51:7) (Véase también 1 Juan 1:9 y Romanos 4:7).


Otro aspecto de la purificación es que Dios se olvida de nuestros pecados cuando nos los perdona. “Porque seré propicio a sus injusticias, y nunca más acordaré de sus pecados y sus iniquidades” (Hebreos 8:12) (Véase también Salmo 103:12 e Isaías 38:17).


3. Absolución. El perdón hace que Dios abandone sus acusaciones contra nosotros. No aplicará el castigo que merecen nuestras culpas. Jesús le dijo a la mujer adúltera. “Ni yo te condeno; vete, y no peques más” (Juan 8:11) (Véase también Romanos 8:1).


¡El consejero tiene el enorme privilegio de compartir el gozo del perdón de Dios!


Estrategia de asesoramiento:


Debemos tomar en consideración tres aspectos distintos: el perdón de Dios, el perdonar a quienes nos han ofendido y el perdonarnos a nosotros mismo, dejando atrás nuestro pasado.


Para el no cristiano:


1. Denle consuelo, asegurándole que Dios entiende el pecado y sabe cómo resolverlo. El Señor perdona los pecados y el interlocutor puede conocer también el gozo del perdón.


2. Explíquenle las Cuatro leyes espirituales. A partir de los antecedentes, hagan hincapié en los resultados del perdón.


3. 3. Si su interlocutor insiste en que no puede recibir el perdón de sus culpas porque ha cometido el pecado imperdonable, pasen al capítulo que se ocupa de este tema.


4. Anímenle a que comience a leer y estudiar la palabra de Dios. Esto contribuirá a darle mucha seguridad respecto al perdón (véase 1 Juan 3:19).


5. Recomiéndenle que busque el compañerismo de un grupo de cristianos bíblicos. Asistir al CCLT, donde podrá aprender acerca de la Biblia, adoración y oportunidades de servicio y testimonio.


6. Anímenle a que ore, practicando la confesión diaria (1 Juan 1:9), como requisito para el perdón y la renovación diaria.


7. Oren con esa persona para que llegue a comprender plenamente su nueva relación y sus consecuencias.


Para el cristiano resentido o amargado:


1. Indíquenle que su actitud es mala. Ante todo, necesita poner su propia vida en orden, confesándole a Dios su resentimiento y su amargura como verdaderos pecados.


2. Anímenle a que perdone a quienes le hayan lastimado u ofendido. Es posible que esto le resulte imposible; pero no se trata de algo que podamos escoger. ¡Dios nos lo ordena! “Soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros” (Colosenses 3:13). No se merecen el perdón, así también hacedlo vosotros” (Colosenses 3:13). No se merecen el perdón. ¡A veces, los que menos se lo merecen son los que más necesitan el perdón! El perdonar como nos perdonó el Señor implica olvidarnos completamente de las ofensas. Esto también puede resultar difícil y requerir cierto tiempo. La suspicacia y la desconfianza pueden perdurar, pero Dios puede cambiar nuestras actitudes. La respuesta de “hasta setenta veces siete” que Jesús le dio a Pedro cuando le preguntó: ¿Cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí?, implica que el cristiano debe estar listo, incluso ansioso, para perdonar. Este perdón debe ser de todo corazón y sin murmuraciones (véase Mateo 18:21-35).


3. Animen a su interlocutor para que trate de restaurar la relación rota con Dios, en el espíritu de Colosenses 3:13. Muy probablemente, esto requerirá “caminar la segunda milla” (véase Mateo 5:41); pero puede ser necesario para reanudar la relación. El evangelio siempre toma a contrapelo las reacciones y las conductas humanas. La relación seguirá rota hasta que una de las partes tome la iniciativa para el perdón y la restauración.


Para el cristiano que no se puede perdonar a sí mismo:


1. Pregúntenle si está realmente arrepentido y si le ha confesado sinceramente todos sus pecados a Dios, sin dejar nada afuera.


2. Si ha hecho lo anterior y sigue teniendo aprensiones, indíquenle que es culpable de incredulidad. Si el Señor le ha perdonado cuando le confesó sus pecados (1 Juan 1:9), hará mal en dudar de Dios. ¡Deberá tomarle al Señor su palabra!.


Compartan con esa persona el testimonio que nos da David en el Salmo 32:1,2. “Bienaventurado aquel cuya trasgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad, y en cuyo espíritu no hay engaño”.


Es posible que su interlocutor tenga falsa humildad. La autoflagelación hace que algunas personas se sientan mejor, mientras otras se complacen en revivir el pasado. Esto responde al espíritu de los escribas y fariseos: “Así también vosotros… os mostráis justos a los hombres; pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad” (Mateo 23:28).


3. Si está realmente arrepentido, recomiéndenle que trate de verse como le ve Dios, como nueva criatura en Cristo Jesús (véase 2 Corintios 5:17). Dios comprende el pecado y sabe cómo resolverlo. Nos perdona los pecados, si cumplimos Sus condiciones para el perdón: arrepentimiento y confesión. Debemos poner en práctica la sabiduría de Pablo: “Olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:13,14).


Citas Bíblicas:


“Así que, si el Hijo or libertare, seréis verdaderamente libres” (Juan 8:36).


“Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados” (Isaías 43:25).


“Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mateo 6:14-15).


“Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34)





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